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          Vendo el cansancio de la rutina. Comercializo con el tedio y, cuando no me queda, decido reinventarlo. Porque no sé hacer otra cosa; porque no me enseñaron a vivir la vida de otra manera. ¿Qué esperáis de mí? Me encantaría saberlo. Solo os quedáis mirándome con ojos que juzgan. Más adelante llega vuestra desaprobación. Suspendí vuestro examen desde el mismo día en el que nací. Y creo que nunca seré capaz de aprobarlo porque no estoy programada para eso. Por eso, como no lo entendéis, he decidido ir a vender el tedio.

          El mundo es triste; toda yo soy triste. Nací con el desengaño bajo el brazo. Mis lágrimas las escondía debajo de la moqueta de mis ojos, donde no os las podíais beber. Me queréis dejar seca; con el poco agua que me queda, que está llena de sal. Sal, qué me deja sedienta. A veces es peor el remedio que la solución.

          Me siento estúpida diciendo estas cosas: me siento tonta escribiendo frente a mi monitor. Una pantalla que casi nadie lee y, cuando lo hacen, en gran medida es para pensar que soy alguien sin talento. Con sueños que no le alcanzan. Con expectativas hechas girones. ¿Qué me falta? Tengo la condescendencia, la compasión y el tedio. Venderé el tedio para quedarme con las otras dos, que a veces me reconfortan. Sus migajas, que me hacen sentirme menos sola. Menos sin brújula o sin mapa. No importa dónde está el norte o Noruega. A nadie le importa. O por lo menos no me importa a mí, que siempre fui pésima en geografía.



 


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