Me llamo Violeta


 
               Estabas en el lugar más apartado de clase, con tu cabello oscuro, largo y despeinado. De vez en cuando pasabas las manos sobre sus hebras, como si trataras de ponerlas en su lugar con una pizca de desgana. Siempre llevabas puestas camisetas negras con dibujos de calaveras y logos de grupos de música para mí desconocidos. «Metallica» ponía en alguna de ellas y en otra me pareció leer «Guns N' Roses», pero tampoco podía estar del todo segura de que se escribiera así. Tus ojos eran de un marrón claro que con la luz parecía caramelo tostado. Tenías pecas sobre el puente de la nariz y encima de los pómulos. Tu piel era pálida; te veías delgado y desgarbado.

           En ocasiones me preguntaba por qué siempre te ponías los mismos pantalones vaqueros anchos y llenos de cadenas. Mirabas desde el aula con un cansancio que era para mí indescifrable. Me intrigaba cómo te debías de sentir para hacer aquellas muecas. A veces también me daba la sensación de que tenías ganas de ponerte a llorar porque tenías los ojos enrojecidos, pero tampoco podía fiarme de mi criterio. No te conocía, aunque me tenías trastornada.

               La gente hablaba de ti. Tu nombre era Ulises, y me parecía muy bonito. Había gente que te decía «Hey, Ulises» de una forma despectiva; como si quisieran reírse de ti al pronunciarlo porque les parecía estúpido. A lo mejor en alguna ocasión has pensado que estaría mejor que te hubieran puesto «Emilio» o «Ricardo», para sentirte alguien normal. A mí me gustaba mucho Ulises porque no lo había escuchado nunca, solo en La Odisea y se veía épico. Como un héroe clásico, o algo así.

               Una vez escuché que te ibas al baño a hacerte rayas. Por aquella época no tenía muy claro lo que eran, así que tuve que preguntar a la gente, que se rio de mí. Esnifabas una cosa blanca por la nariz, ¿cierto? Llegué a verlo, en realidad, pero lo sabes porque también me viste a mí. Había unos baños, que eran para minusválidos, en el instituto. Eran mixtos, por eso la gente los usaba de picadero. Los profesores probablemente lo sabían, pero les resultaba más sencillo no pasearse por ahí. Una vez fui cuando terminó lengua porque como te vi en la anterior hora, sabía que habías acudido al instituto. 

               Tengo grabado en mi cabeza cuando abrí la puerta y te vi. Tú al principio no me miraste porque estabas colocado o porque tampoco hice nada para que te dieras cuenta de mi presencia. Estabas encorvado sobre la pila, donde descansaban las rayas de... ¿Coca? Se llamaba así, ¿cierto? Sujetabas un billete entre tus dedos, que estaba apoyado sobre uno de los orificios de tu nariz. Inhalaste. Inalaste por la nariz con tanta fuerza que sentí que cortaste el aire como cuando ocurre algo que impacta mucho. Luego te frotaste la nariz y lo volviste a hacer. Mientras tanto yo seguía callada mirándote, sin saber muy bien lo que hacía. Entonces te giraste hacia mí sobresaltado. Me pareció gracioso, así que sonreí nerviosa. 

               —¿Qué haces aquí? ¿No ves que está ocupado?

               —No deberías de hacer eso.

               —¿A ti qué te importa lo que haga? Lárgate.

               —Me llamo Violeta, encantada de conocerte. —Tú solo encaraste una ceja con desconcierto. Sonreí de nuevo, antes de salir de ahí.





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