Folio en blanco



           Miro mi rostro en el espejo, que se desdibuja, y me consumo. Toco con la mano derecha mi reflejo. ¿Quién soy? Me pregunto. Entre la multitud solo me siento gris. Entre la nada me veo blanca; como un folio vacío. Mi imagen se desvanece, como lo estoy yo desde hace tanto tiempo. He olvidado algunas cosas, ¿sabes? Olvidé cómo se sentía la energía de una mañana con café recién hecho y tostadas. He olvidado la ilusión y la promesa de ideas nuevas o nuevos propósitos. Me he olvidado de mí, y me consumo. Me duele decirlo, pero soy ceniza. Soy la escarcha de un frigorífico; esa que confundes con el hielo.

           Entonces está la dejadez y, cuando se va, solo quedan las lágrimas. Tengo una bola de cemento en la garganta y he perdido el sonido de mi sonrisa. No me acuerdo de cómo era, cariño. Y tampoco tengo ganas de esforzarme para que regrese. Bailo entre la desidia y las ilusiones marchitas. Porque marchita estoy yo y marchitas están estas palabras. No me entiendes; nadie me entiende. Ni siquiera me entiendo yo a mí misma.

           Quiero ser la aurora que resplandece en Finlandia. Quiero viajar a Finlandia y ponerme de puntillas para intentar alcanzarla. Quiero quejarme del frío y de lo que pesa mi abrigo. Quiero marcar la diferencia y vaciar el armario de cosas banales. Pero lo pienso y se me echa el mundo encima. Porque me pesa mi abrigo, la aurora boreal y todas las ideas que giran y giran dentro de mi cabeza. Qué no se callan y, ahora que lo pienso, tampoco quiero que lo hagan. Me gustan los colores y las alas de las mariposas. Siempre quise volar, pero nací sin turbopropulsores. Pisar tierra firme es tan triste... Ahora que he descubierto que soy un folio en blanco me gustaría reinventarme como alguien distinta. Con más ilusión y magia. 




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