La historia de Bianca



       Bianca se quedó mirando con sus pequeños y almendrados ojos a su abuela. Estaba sentada en su regazo, en medio de una comida familiar, y su abuelo y sus tíos hablaban y bromeaban entre ellos. Se decían cosas graciosas, que no alcanzaba a entender. Aún así trató de prestarles atención porque le agradaba la idea de formar parte de ellos.

       —Te digo que la niña es como su padre. No va a hacer nada en su vida, igual que él —afirmó su tío y la pequeña Bianca arrugó la nariz en respuesta—. ¿No veis que tiene la misma cara que él? Los dos serán igual de inútiles.

       —Y siempre está callada, nunca habla. ¿Veis cómo juega? Muchas veces juega sola en el parque; creo que tiene un problema para relacionarse. ¿Autismo? Qué sé yo —dictaminó el segundo de sus tíos, aderezando más las faltas anteriores.

       Bianca se pegó al cuerpo de su abuela y solo les miró. No llegaba a mesurar la magnitud de aquellas palabras ni las consecuencias futuras que iban a tener en su desafortunada infancia. No llegaba a entender, tampoco, que a los niños en ocasiones no se les considera un regalo y que muchas veces, cuando llegara su adolescencia, iba a desear con todas sus fuerzas no haber nacido.

       La tristeza iba a ser una gran parte importante a lo largo de su corta vida. Los desprecios, los abusos y faltas iban a manchar de negro su inocente alma. Le iba a doler, mucho, y su única opción iba a ser recibir los golpes y llorar a escondidas y en silencio preguntándose si en realidad había hecho algo para merecerlos.

       Pero aquello era algo de lo que tardaría un año o dos más en ser consciente por lo que, por el momento, podía descansar su cabeza sobre el pecho de su abuela y quedarse dormida y feliz escuchando los latidos de su corazón. Disfruta de tu ignorancia de ahora, Bianca, porque más adelante, cuando desaparezca, desearás con todas tus fuerzas que el tiempo deje de correr para ti.




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