Recortes


        
         La hora del té nunca había existido y el conejo blanco con reloj únicamente fue producto de su imaginación. Alicie tenía que crecer, y el reconocimiento de la inexistencia de esas dos cosas era fundamental en el proceso. Nunca más pintaría las rosas de rojo en el jardín de la Reina de Corazones; jamás podría volver a sus disputas incoherentes con el sombrerero y tampoco volvería a reflexionar con Chesaire sobre cuál es el camino que ha de seguir.

         Todo lo importante de la vida de Alice, tras su crecimiento, se había tornado una mera quimera; una inocente fantasía en la que estuvo viviendo desde que tenía uso de razón. Posiblemente, aquella ilusión no fuera la más maravillosa del mundo, ni tampoco la más divertida, pero aún así era suya y, desde siempre, había sido la parte más importante de ella misma. Y ahora, ¿qué le quedaba por hacer? Reconstruir su nuevo yo y asentarlo sobre la solidez amarga de la realidad del mundo adulto.

         Alice, sentada a la sombra de un frondoso árbol, miró su cuaderno repleto de dibujos. Y tuvo nostalgia, y quiso regresar a Wonderland donde todo era más sencillo, absurdo y hermoso. Ojalá pudiera volver atrás. Ojalá el tiempo dejara las cosas tal y como están.


        Aquella ciudad era enorme; los edificios parecían alcanzar el cielo, la estratosfera, el espacio, el sistema solar... Y, aún siendo tan altos, daba la sensación de que para ellos no era suficiente. Necesitaban ser más que colosales; medir tanto como para tener que crear una nueva escala de altura para poder catalogar su magnitud. El aire era frío, metálico y sabía a carburante y a algo extraño y ácido.


         Me aproximé titubeante al enorme bloque de pisos que se había convertido en mi hogar. Una vez
llegué a la entrada del edificio contemplé su portal; las paredes eran de un tono ocre repleto de grasa y el suelo estaba hecho por un material que era, o parecía ser, un sucedáneo barato del mármol. No me gustaba en absoluto aquel recinto; cuando me encontraba bajo su tutela me sentía gélida y vacía. Era como si tuviera algo que absorbiera fieramente mis entrañas, y las cambiara por vísceras huecas y sin valor.

         Con nostalgia rememoré aquellos tiempos en los que fui libre; en los que habité en un hermoso monte verde y extenso. Me gustaría regresar a aquel paraíso vegetal en el que todo era más sencillo, más bello y, a la par, más efímero. La rigidez y durabilidad del cemento me mataba por dentro. Ojalá se destruyera para dar paso a la naturaleza; a la vida, a la esencia. Ojalá el mundo dejara de pudrirse y hacerse escombros de hojalata y latón; de hombres con traje de chaqueta y hamburguesas del Mc Donalds.


         Te duele. Puedo verlo en tus ojos. Puedo intuir, incluso, que te resulta insoportable; que no puedes más. Sientes que vas a explotar por la tortura a la que te están sometiendo. Y yo me quedo mirándote como una idiota. Y no hago nada más.

         Pero cielo, no es que haya actuado así porque no me importe lo que te está pasando; es... Simplemente estoy en blanco. No sé qué hacer. Siento cómo los nervios hierven en mi afuero interno, y me incapacitan; y me hacen sentir más idiota que de costumbre.

         Quisiera abrazarte y mecerte entre mis brazos. Sí. Me gustaría que aquello bastara para que desapareciera tu tortura; para que aquel daño que sufres se desvaneciera como una nube de polvo absorbida por una aspiradora. Pero no puedo y, ¿sabes por qué? Porque eso no bastaría. Porque si te encerrara en un abrazo te dolería más: ambos sabemos que lo que menos necesitas es moverte. 

         Pero, de todos modos, es un sueño; mi sueño. Mi inocente fantasía. Mi quimera personal. Y es tan bonita... Ojalá pudieras estar conscientemente en ella. Seguro que, de ser así, me dirías que estás muy contento por estar tan cerca de mí y añadirías, después, que huelo bien. Y luego soltarías algún comentario picante al que yo terminaría contestando «Tonto» y, seguidamente, golpearía tu mejilla de manera juguetona.

         Me gusta mucho esa irreal escena; se ve hermosa dentro de mi cabeza. Daría cualquier cosa por que fuera real. 

         Odio ser tan torpe y tonta a veces. Perdóname, cielo. Ah, y no se olvides de que te amo, mucho. Mi pequeño Davido Ahufinger ♥




         Echo de menos oír tu voz, que solía decirme «Te amo», antes de que tus brazos me elevaran por las alturas, dándome vueltas. Me gustaría sentir esa sensación de nuevo; y pensar, mientras se levantan mis pies del suelo durante unos segundos, que no somos nosotros los que estamos girando, sino que el universo es el que es mecido en nuestra órbita. Y, entonces, engañarme y creer que el mundo es un satélite que nos adora, del mismo modo que lo hace la luna con el sol.

         Me siento sola y perdida cuando no estás. Te necesito como guía hacia la luz. Hacia la felicidad. Hacia el mundo de las ideas, donde todo es perfecto y no existe el dolor. 

         Quiero que vuelvas. Que dejes de tener ese tubo metido en los pulmones y te recuperes. Y me abraces. Y me hagas pensar que, durante unos instantes, mi aborrecedora vida de estudiante universitaria es similar a cualquier novela de aventuras y acción que vende tanto mi madre. 

         Ojalá pudieras leer esta publicación ahora. Ojalá estuvieras aquí conmigo y fuera yo, en persona, la que te la enseñara.



         Cuando miraba a Irene no veía otra cosa que no fueran cactus. Las lágrimas que salían de sus ojos me recordaban a esa planta, y aquello no me gustaba en absoluto. La psicóloga me dijo que si veía un cactus en los demás era porque ellos se sentían igual que cuando yo lo tenía por dentro. Eso no era bueno y, por tanto, mi obligación tenía que ser evitarlo. Era su amiga y, como tal, tenía que hacer esas cosas, ¿no?
      
         Una vez identifiqué el problema de Irene, pensé en qué tenía que hacer para conseguir que en vez de esos cactus aparecieran rosas. Las rosas estaban cada vez que alguien sonreía, y las relacionaba con esa alegría y satisfacción que sentía cuando había tortitas para desayunar. Todos los miércoles mi madre me las hacía con caramelo y chocolate y, de no ser así, aparecía mi cactus y me ponía nerviosa. Podría decir, por tanto, que los miércoles por la mañana solían ser de rosas.

         Me acerqué hacia Irene y la miré a los ojos. No paraban de salirle lágrimas; parecía que se iba a inundar el cuarto. Aunque claro, estaba exagerando; que ocurriera eso distaba de ser real. 

         —¿Estás bien? —atiné a preguntar; eso era lo que se decía siempre, ¿no?

         —S... Sí —sollozó Irene, repleta de cactus.

         —Tienes cactus, ¿te puedo ayudar con ellos? —dije torpemente, sin saber muy bien cómo actuar. Irene no contestó y siguió con su llanto. 

         Repentinamente, me vino a la cabeza una imagen: mi madre abrazando a mi hermana pequeña Clara, repleta de cactus. Indecisa, avancé un paso y la abracé forzadamente.

         —Espero que con esto empiecen a florecer las rosas —musité, tratando de hacer todo lo posible para que ocurriera.



         Siento que no vale la pena seguir adelante; que el océano de dolor e impotencia me ahoga. Y sin aire no existe nadie, absolutamente nadie, capaz de vivir. Entonces, es cuando el frío y el viento empiezan a formar parte del juego. La muerte ¡A mí no me engañan, de eso van disfrazados! 

         Mis piernas se han vuelto demasiado débiles para sostenerme, mis brazos son dos pingajos inútiles que cuelgan ridículamente de mis hombros y yo soy una grotesca marioneta que pende de un débil hilo. Un hilo que ha quebrado. Que se ha roto.

         Incoherencia; creo que esa es la palabra adecuada para describir todo lo que ahora mismo estoy tecleando. Mis pensamientos en este instante son caóticos y desordenados. Ninguna de mis palabras tienen sentido. Qué gracia, ¿no? Pero tranquilos que ellos, mis pensamientos, van a juego conmigo, con su dueña. Son tan incoherentes como lo puedo ser yo.

         Escribo esto para desahogarme; para terminar con esas ganas que tengo de subirme a un peñasco y gritar. Y decirle al universo lo que pienso de él; lo que lo odio. Lo que me detesto a mí misma.



         Estas son rayadas que hago cuando me aburro. Nos las he subido antes porque eran demasiado cortas y absurdas, pero como he acumulado unas cuantas me he animado a ponerlas. Sé que son una tontería pero bueh...

Anillo de recuerdos




       Aquel planeta se veía diminuto a lo lejos; era un mero punto del montón entre toda la extensión del universo. A su alrededor había más puntos, de los cuales destacaban más aquellos que brillaban y conocíamos como estrellas. Cerca de él estaba resplandeciendo una de ellas; era bastante grande y luminosa. De las más bonitas.

     Nuestra nave se aproximó al planeta, con curiosidad. Queríamos conocer cómo era, y saber cuáles habían sido las consecuencias de encontrarse al lado de un lucero tan luminoso. Cuando llegamos cerca de su superficie reparamos en una capa gaseosa que la cubría, que se hacía llamar atmósfera, y era de un color grisáceo y rojizo. No me gustó en absoluto cómo se veía aquella combinación cromática. Daba la sensación de que aquella capa volátil estaba contaminada o, mejor dicho, que como consecuencia de la contaminación se había vuelto fea y aparentemente inútil.

     La atravesamos sin ningún problema e, instantes después, aterrizamos sobre lo que parecía ser el área del planeta. Aquello que miraron mis ojos por la ventana de la nave no me gustó en absoluto; era una vasta extensión de piedra y construcciones derruida que empezaban a estar invadidas por un material verde que crecía del suelo y envolvía todos los alrededores. Quizá fuera el responsable de la contaminación y la consecuencia del abandono del planeta. Quizá hubiera liquidado la vida en él y por ello aún se podía ver el resquicio de lo que fueron construcciones por seres inteligentes. Bajé de la nave, vestido con mi traje de protección, y empecé a inspeccionar la zona con la ayuda de mis compañeros. 

     Encontramos numerosos utensilios rudimentarios, cuyo uso desconocemos, y otros tantos objetos que parecían delatar un nivel no muy elevado de avance tecnológico. Hubo un hallazgo en particular que llamó mi atención: era rectangular, endeble, estaba arrugado y en sobre él se encontraban escritas palabras en un idioma muy arcaico y difícil de descifrar. Mis ojos se clavaron en él extasiados y deseosos de poder traducir a mi lengua su significado.

     Hola Anna, si te soy sincero no sé muy bien por dónde empezar. En primer lugar me convendría poner en claro mis ideas y organizarlas de modo que sea sencillo entender lo que estoy intentando decirte, así que sí; eso será lo primero que haré.

     Antes que nada quiero señalar que eres y serás el amor de mi vida; que siempre te he querido más que al mismo aire que toman mis pulmones todos los días. Que te adoro; que eres la llave de mi felicidad y que temo perderte más que dejar de escuchar a mis propios latidos. Siento tener que decirte esto tan tarde y lamento aún más no poderlo hacer en persona. Pero, como ya sabes, esto se acaba. Ello nos está matando y no sabemos cómo pararlo.

     Me inscribí en la Orden para liquidarlo, para salvarte, pero Ello es demasiado poderoso y sé, con toda la certeza del mundo, que nos queda poco tiempo. El ser humano dejará de ser el rey de este planeta en breves. Quizá lo que debí de haber hecho es quedarme contigo: haberte dicho lo mucho que te amo y haber pasado el resto de días a tu lado. Pero no. Estaba obcecado, cegado por la idea de que sería mejor luchar para salvarnos y, si no lo lograra y muriera en el intento, creía que te dolería menos que no conocieras mis sentimientos hacia ti.

     Ahora sé que esto es absurdo; que nuestra especie, junto con el esto de organismos vivos, va a desaparecer de la faz de la Tierra. He descubierto que no hay salvación y que lo mejor habría sido dejar de lidiar una causa perdida.

     Pienso desertar de la Orden y regresar a recogerte lo antes posible. Quiero que tomes este regalo, mi anillo, y me esperes el lunes en tu casa. Llamaré tres veces al timbre de tu puerta; esperaré el tiempo que sea necesario a que la abras. Si al finalizar el día no recibo respuesta iré a entregarme a Ellos, puesto sin estar a tu lado no merece la pena posponer más días el final de mi vida.

     Te amo, Anna. Espero que me perdones. 


Siempre tuyo:
Ian

     PD: No tardará mucho tiempo en cundir el pánico; los medios de comunicación no podrán mantener siempre la tranquilidad ciudadana. Estate atenta y aprovéchate de la calma previa a la tempestad.

     Uno de mis compañeros me llamó y me indicó que deberíamos volver a la base y entregar todos nuestros hallazgos. Asentí y me guardé aquel trozo extraño y rectangular en el bolsillo de mi traje. 

     Poco después, cerca de donde encontré el misterioso objeto en el que estaba escrito aquel idioma antiguo, desenterraron dos cuerpos de los seres que habitaron en este planeta. Ambos llevaban ropajes extraños y se encontraban en un elevado grado de descomposición. Uno de ellos tenía en una de sus extrañas y alargadas manos un objeto circular y vacío en su centro. Llevaba su dedo metido dentro de él a modo decorativo, o eso supuso un compañero mío. De todos modos, no creí que hubiera otra razón por la cual llevarlo. No me llamaba en absoluto la atención aquel accesorio; era aburrido. Cosa de la que me retracté más tarde; en cuanto pude averiguar por mi cuenta un modo de descifrar el idioma del objeto rectangular que tenía en mi bolsillo.





 
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