Poetas Malditos

 

Si quiero ser una escritora famosa deberé empezar a pensar en cómo corromperme para crear mi arte. En cómo rebelarme ante la sociedad de una manera autodestructiva. En cómo despreciarme lo suficiente para que me dé igual estar viva o muerta. En cómo habitar en el mundo de las drogas; del sexo; del alcohol. 

Deberé empezar a pensar en ser bohemia hasta tal punto en el que esté semanas sin comer o durmiendo bajo un puente. Cualquier cosa con tal de vivir únicamente de mi arte. El descontrol de mi vida tardará poco tiempo en consumirme; lo más probable sea que muera joven, sola, por una sobredosis o coma etílico. Éso obviando las venéreas. 

Pero claro, el precio a pagar por ser una escritora famosa, una poetisa maldita, es ése. Es soportar que mi arte se vea ninguneado hasta después de mi muerte. Es soportar vivir en un mundo demasiado injusto y crudo como para sobrellevarlo sobria. Es ser una incomprendida. Es... no estar preparada para la realidad.

Y es que el auténtico éxito de los buenos autores radica en su vida; en lo indeseable que sea, y lo torturada que esté su alma como consecuencia de ello. Y es que el espíritu de un escritor es demasiado sensible para soportar la cruda realidad de nuestro mundo.


O... bueno, éso dicen.

Sobre «El Tasso en prisión»

En su celda, el poeta, harapiento y enfermo,
teniendo un manuscrito bajo su pie convulso,
contempla con mirada inundada de pánico
la escalera de vértigo donde su alma se abisma.

Las risas enervantes que pueblan la prisión,
arrastran su razón a lo absurdo y lo extraño;
la Duda lo rodea y el ridículo Miedo,
odioso y multiforme, circula en torno de él.

Este genio encerrado en un antro malsano,
esas muecas y gritos, espectros cuyo enjambre
amotinado gira detrás de sus oídos,
 
el soñador a quien el horror despertara,
tal es tu emblema, Alma de tenebrosos sueños,
que ahoga la Realidad entre sus cuatro muros.
 
—Charles Baudelaire (poeta maldito).
 

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