Al alba



Los hombres vislumbraron el amanecer siendo plenamente conscientes de que sería la última salida del sol de su vida. No tenían miedo; sabían que la lucha en la que habían participado no concluiría con su muerte, mas el éxito de su guerra terminaría por llegar.

Se miraron a los ojos entre ellos, inquietos. Algunos lloraban, otros rezaban, y otros anhelaban tener una nueva oportunidad para el cambio. Ninguno se arrepentía de lo que habían hecho. Estaba claro que cada uno de sus actos fue para defender a sus gentes; por una nueva oportunidad en la que hubiera justicia, y para demostrar que libertad no era utópica.

Muchos pensaron en sus familias; en sus hijos, en sus mujeres... ¿Qué harían ellos? ¿Cómo se podrían defender de semejante tiranía solos? Les intimidaba la respuesta a aquella pregunta. De todos modos eran fuertes; podían confiar en ellos.

El sol salía impasible tras una colina. El cielo se tiñó de tonos rojizos, los cuales contrastaban con las nubes que tenían reflejos dorados en su gaseosa y esponjosa estructura. Aquel destello rojo sangriento del cosmos, parecía tener intención de mostrarles el futuro color de la hierba que pisaban los ejectutados cuando aquellos hombres les dispararan.

Entonces fue cuando escucharon gritos e insultos; empujones, golpes... Estaban de espaldas a aquellos fusiles, no obstante, ya sabían que aquel aliento que inhalaban sería el último. Cerraron los ojos amargamente y únicamente pensaron en el amanecer que se hallaba ante ellos.












Si sois españoles sabéis de lo que os estoy hablando, y sino, wikipedia. Dioss... tengo un catarro importante; no puedo más -.- Lamento si hay alguna errata e incoherencia, no estoy para releerlo todo; cuando me encuentre mejor, lo corregiré ._.





Musa


Yo soy la musa de las letras;
cada vez que tecleo,
las palabras surgen
resueltas.

Yo soy la musa de las grafías;
prisionera de los vocablos;
de las razones e ideas
que toman vida.

Yo soy la reina de la imaginación;
aquella que monta los puzles
de cada historia
con satisfacción.

Mi deber siempre será
garabatear hasta la saciedad,
tejiendo un mundo de fantasía
con el que los niños podran soñar.

¿Sabes quién soy?




El Mundo Etéreo


La mujer maldijo en voz baja; no podía hacer nada. De ningún modo podía evitar la muerte de aquellas personas que estaban junto a ella, pues habían contraído una enfermedad cuya curación era imposible.

La mujer hizo un esfuerzo y construyó una sonrisa tan real que parecía creíble. Con reticencia, pensó que su actuación era lo mejor para aquellos niños, hombres, mujeres y ancianos. Sí. Si poco les quedaba de vida no merecían sufrir.

—Os tengo que hablar de un lugar, maravilloso —empezó en tono de cuento de hadas—, allí nunca hay miedo, hambre o dolor. Todo el mundo es feliz y por ello todos los que conocen su existencia desean conquistarlo. Su nombre es el Mundo Etéreo; en él yacen las almas que se ocultan en el interior de nuestros cuerpos.

Aquellas gentes la contemplaron extrañadas pero a la vez intrigadas por su discurso. La mujer apretó los dientes y clavó su mirada con mitificada firmeza en un punto fijo entre la multitud, para así similar que los contemplaba a todos.

—En el mundo en el que vivimos está prohibido nombrarlo, porque los que nos gobiernan son malos y quieren que pensemos que lo único que tenemos es lo terrenal —tomó aire—. Después de la vida humana hay algo más, y ese algo es hermoso. La tierra es un castigo; cuanto más suframos en ella más felices seremos al otro lado.

La mujer quiso gritar, y se odió a sí misma por pronunciar aquella verborrea de mentiras. La multitud que la envolvía recobró el brillo de sus ojos, anteriormente opacos. Gracias a su farsa aquellas personas serían dichosas lo que les restara. Su estómago se retorció de culpa. Bien, serían felices, ¿cómo consecuencia de qué? La mujer se forzó en no pensar en la respuesta a aquella pregunta.

—¡¡Entonces yo seré muy feliz!! —chilló un niño pequeño que se sostenía con un trozo de madera a modo de bastón—. ¡Perdí a mi hermana mayor y a mi papá! Y por las noches no puedo dormir por la fiebre que me viene a la madrugada.

La mujer asintió, antes de añadir:

—Lo serás, y además; ¿sabes qué? Tu mamá y tu hermana te esperan en el otro mundo. Tendrás dulces y todos los abrazos que no recibiste en vida de ellas.

El chiquillo lloró de la alegría, eufórico. Estaba extasiado, igual que todos aquellos que atenderon al discurso de la mujer sobre el Mundo Etéreo.

La mujer, angustiada, empezó a creer en su quimera, a nutrirse de ella; confiando en que tal vez, si su creencia era lo bastante fuerte aquel lugar se crearía solo y todo el mundo hallaría la paz.









Cristina&Diego&Paula




Cristina quiso ser sorda para no escuchar las palabras bonitas que Diego le dedicaba a Paula, y también ciega para no vislumbrar las caricias que le prodigaba. Ojalá pudiera dejar de sentir; ojalá con sólo desearlo dejara de importarle el chico.

—¿Qué te pasa? Te noto como ida... —le dijo Diego, preocupado.

Cristina se encogió de hombros compungida. Clavó su mirada en el suelo y deseó más que nunca ser invisible. No le parecía justo que nadie la tomara en cuenta en los asuntos del corazón, y que en los restantes, en los más hirientes, sí que contaran con ella. Lo ideal sería que ella ni pinchara ni cortara en ninguno.

—Nada —repuso casi sin voz; tenía la vaga sensación de que si hablaba más alto se notaría un temblor herido en su tono. Carraspeó con inseguridad.

De todos modos, ¿quién se iba a fijar en ella? La chica rolliza de ahí al lado. La niña tonta. Sí, por su sobrepeso en ocasiones la tomaban por gilipollas; como si una persona fuera retrasada por el mero hecho de que le sobraran unos quilos.

Lo peor para Cristina era lo crueles que eran las personas con ella, como si por tener una incorrecta masa corporal no fuera digna de su aprecio. Superficiales, en el mundo en el que vivía únicamente existían superficiales que le daban una excesiva importancia al físico; algo irrelevante que con los años se iría degenerando con el envejecimiento.

Cristina, si no fuera por que tenía la sensación de que Diego no se fijaba en ella por no ser su tipo al pesar demasiado, se sentiría a gusto consigo misma. En numerosas ocasiones había intentado ponerse a dieta por él, pero dada su ansiedad y su falta fuerza de voluntad terminaba dándose un banquete pasadas las doce de la noche, llorando por todas las desgracias de su existencia.




Una de las cosas que más detestaba Cristina era el instituto; lo que se lo hacía más soportable era que Diego iba con ella a clase; él había sido su único amigo durante años. Ahora el chico tenía a Paula, salían juntos desde hacía unos meses, y Paula la odiaba. Cristina había sido normalmente el centro de las discusiones de Diego y su novia; Paula deseaba que llegara el día en que Diego pasara del culo de Cris, y lo más decepcionante de todo era que Cris pensaba que éso tardaría poco en ocurrir.

Las discusiones de Paula con Diego disminuyeron cuando Paula se percató de que peleando con él no conseguiría nada. Ahora, su nueva técnica era el intento sutil de alejar al chico de Cris. Cristina se había dado cuenta nada más la ejecutó, Diego no. Poco quedaba ya para romper aquellos lazos de amistad que siempre la habían unido a Diego, y Cris no podía hacer nada para evitarlo. ¿Por qué? Porque Diego no la creería, pensaría que ése sería uno de los tantos desvaríos de la chica.

Por otro lado, Cris, en lugar de sentirse mal por las discusiones de Paula y Diego, era dichosa. Soñaba con el día en el que lo dejaran y Diego se fijara en ella; algo que, interiormente sabía que jamás ocurriría. No obstante, de las ilusiones también se vivía, ¿no?

El móvil de Cris vibró, anunciando la llegada de un sms. Sentada en el pupitre de su aula de Historia del Arte lo sacó por debajo de la mesa y miro qué ponía con curiosidad. «Seguro que es publicidad de Vodafone», pensó aborrecida.

Cris ncesto ayuda, toy en csa

Extrañada, se guardó su teléfono en su bolsillo. Era Diego; ¿qué le pasaba?

Si bien era cierto no se había sorprendido de que el joven no asistiera a clase, ya que solía faltar a la primera hora de la mañana para estar con Paula en su casa a solas. Algo había pasado entre los dos. Una sonrisa maliciosa se formó en los labios de Cristina. «No—se dijo—. Si de verdad lo quisieras no desearías que estuviera mal con ella; únicamente anhelarías su felicidad». Genial, ahora la chica se sentía culpable. Apretó los dientes y cerró los ojos. En cuanto tocara el timbre de cambio de clase iría a verle.



Diego se sorprendió al distinguir a Cris por la mirilla de la puerta de su casa; ella se movía incómoda mirando hacia todos lados por si alguien llegara a reconocerla. A Diego le divirtió el comportamiento nervioso de su amiga; Cristina García, la alumna modelo, estaba pelándose las clases. Sonrió internamente.

Cristina jamás había hecho ese tipo de cosas no por santa, sino porque tampoco era que tuviera a personas con las que hacerlo. Y finalmente, a sus dieciocho años de vida, había manchado su inmaculado expediente de asistencia. Rodó los ojos pensando en su penosa vida absuelta de locuras, pues aquella falta de clase sería lo más cerca de la rebeldía que estaría en mucho tiempo.

Diego le abrió la puerta. Cristina se sobresaltó al vislumbrar los ojos rojos, llorosos y ojerosos del chico.

—¿¡Qué te ha pasado!? —le interrogó ella, alarmada—. ¿Acaso has comido algo? ¿Estás enfermo? ¡¡Voy ahora mismo a la cocina a traerte algo!!

Diego sonrió; él siempre se aprovechó de las actitudes culinarias de su amiga, y como consecuencia, ella conocía su cocina mejor que él. Cristina sacó de la nevera pechuga y la empezó a freír.

—No te preocupes, en cuanto comas estarás mejor, creo —trató de tranquilizarle.

Los ojos de Cris se deslizaron ávidamente por las cortadas de carne friéndose en la sartén. Tenía hambre; estaba ansiosa, y la comida era lo único que la saciaba. Se odió a sí misma al pensar que una parte suya se planteó engullir la comida que su amigo tanto necesitaba. «Eres una gorda de mierda —pensó—, que sólo te preocupas por llenar tu grasiento estómago».

—¿De qué estás enfermo? —quiso saber ella, mientras daba la vuelta con facilidad a la pechuga de la sartén.

Diego suspiró, tratando de darse un tiempo antes de su confesión.

—¿Y bien? —presionó ella.

—Paula me ha dejado —musitó Diego, con suavidad—. Esta mañana ha venido a mi casa y me ha dicho que se ha dado cuenta de que ya no me quiere; que estuvo equivocada cuando me pidió salir. Lo que sentía por mí no era amor, sino una amistad muy fuerte que confundió.

En la habitación en la que estaban se produjo un silencio sepulcral, sólo roto por el sonido que producía el aceite al freír.

—Yo... —Cristina no se lo esperaba, y tampoco era que supiera qué decir en aquella situación.

Fue entonces cuando Diego la abrazó. La necesitaba; necesitaba estar con alguien con el que abandonar su indiferencia y su máscara de fortaleza. Se deleitó con el volumen de cuerpo de la chica, tan diferente al de Paula. Sí, necesitaba éso; algo completamente disímil a su amada; que le aportara cosas que Paula no tuviera.

Estrechó a su amiga con fuerza e inhaló el aroma de su cabello; tan ajeno a su ex-novia... Se sorprendió queriendo besar a Cris. Si lo hiciera, ¿qué pasaría? Necesitaba su consuelo, su calor... Quería estar al lado de ella; la única que no le había hecho daño; que no le había abandonado. Pero él no la quería, al menos no de la misma manera en la que deseaba a Paula. ¡¡Qué más daba!! Era Cris; ella siempre le había perdonado todo.

Y entonces fue cuando la besó sin caer en la cuenta de que no habría vuelta atrás, y que su juego le provocaría un daño a Cristina que jamás se podría reparar.









Problemas con el Cbox


Meh, seré breve. Antes mi blog tenía un "Mini Chat" en la barra lateral de la derecha —debajo de donde pone "No hay peores cárceles que las palabras"—, pero éste siempre estaba plagado de spam. Horrible, lo sé. Yo estaba hasta las narices de ver siempre publicidad de bots y gilipolleces por el estilo.

¿Cuál ha sido la solución? He colocado un Cbox nuevo —el mismo chat— modificado; le he añadido un reCAPTCHA, es decir, un código que debemos añadir antes de enviar el mensaje por el chat para corroborar que no somos bots.

Seguro que os suena. Mirad, es algo similar a esto:




Seguro que ahora sabéis lo que es; lo tienen muchas webs para evitar el spam. Meh, sólo avisaros que el Cbox os hará introducir varias veces seguidas el código reCAPTCHA; o sea, os pedirá que añadáis cuatro o cinco veces las palabras antes de darlo por bueno y dejaros enviar. Seguidamente podréis mandar lo que queráis sin necesidad de añadir el reCAPTCHA otra vez. ¿Okaay? Sólo informaros de éso, de que no flipéis porque el chat os pida varias veces el reCAPTCHA; si lo añadís bien las veces que lo exija podéis usar el chat.

Y ya no tengo nada más que decir. Sayonara~




._.




Entre la penumbra distinguí a aquellos jóvenes. Eran tres. Una de ellos, la chica con cabellos de sangre, murmuraba en voz baja un cántico en un idioma extraño que debía estar en desuso. Los otros dos tenían sus ojos cerrados y el rostro contraído en lo que identifiqué como mueca de concentración. Los tres estaban sentados alrededor de un círculo dibujado que tenía en su interior una estrella de cinco puntas. En cada extremo de la misma reposaban unos cuencos; cada uno repleto de sustancias indescriptibles y desconocidas para mí.

Aquellos chicos tenían a su espalda, un bosque de cruces, árboles marchitos y lápidas erosionadas por el paso de los años. La luna, increíblemente blanca, lucía amedrentadora sobre aquel cielo oscuro, solitario y opaco.

La chica de cabellos sangrientos chilló; no supe identificar si de pánico o dolor; tal vez fue una combinación de ambos. Sus compañeros, en cambio no se inmutaron; se mantuvieron estáticos; en trance. Y entonces fue cuando ocurrió. Cuando del interior de aquel círculo perfecto delineado a tiza al que parecían alabar, salieron los seres más repugnantes y terroríficos que jamás creí ver. Los monstruos de las películas de terror que acostumbraba observar eran inofensivos y adorables en su comparación.

Mi boca evocó un chillido agudo, teñido crudamente por mi desnudo pánico. Aquellos jóvenes no tenían nada que hacer; iban a morir.


 
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